En un cuarto piso de un edificio relativamente antiguo del centro de Concepción vive Adolfo Valenzuela Valencia, un hombre de 49 años que hace algunos meses perdió una de sus piernas producto de una amputación por la enfermedad que padece desde hace 10 años: La Diabetes.
Adolfo es oficial de Marina Mercante, con una carrera de 27 años navegando. Tal y como él dice, ha dado la vuelta al mundo, y es lo que le apasiona en la vida. “Voy a volver, de todas maneras”, afirma, muy seguro de sí mismo.
Su voz es imponente, fuerte y clara; sin embargo, en su rostro se refleja el cansancio, la tristeza y el dolor que ha sufrido en los últimos meses. Y efectivamente no lo ha pasado bien. En Concepción vive en la casa de su cuñada y su sobrino, ya que ha dejado su ciudad de origen, Santiago (él es de Ñuñoa), y con ello a su familia por problemas internos, como lo definió él. Pero evade esas preguntas y mejor no abrir esa herida, que al igual que las otras que tiene, pareciera que no cicatriza aún.
Adolfo no se permite a sí mismo bajar la guardia. Él tomó la determinación de amputar su pierna, después de varios meses con problemas en unos de sus pies. Tenía un virus y se había empezado a necrosar (degeneración del tejido por muerte de las células). Ya habían cortado algunos cortejos de los dedos y las heridas se resistían a sanar. Le dijo a su médico la decisión que había tomado, quien le respondió que era lo mejor que podía hacer, puesto que de más adulto sería más complejo.
Se embarcó por primera vez a los 17 años, junto a su hermano mayor, sin haber ingresado aún a la Escuela Naval. Esa experiencia fue suficiente para saber que a eso se quería dedicar el resto de su vida. “Hecho tanto de menos mi oficina con vista al mar. Me fascina navegar, y las he vivido todas, temporales, malos tiempos, mar taza de leche, todas”.
¿Cómo es, para un oficial de marina, tener que aceptar esta situación?
Cuando se es jefe en un buque, en medio de un temporal, y el capitán pregunta si pasamos o no, con un montón de gente, toda mi tripulación a bordo -que confía en mi-, y que tiene una familia por detrás; mientras que el mar está encrespado y lo único que queda es pasar, ya que la máquina iba mala y no se podía retroceder porque debíamos entregar una carga ese día, le dije al capitán: “Vamos, pasemos”, me la jugué. Y justo cuando íbamos en la mitad del temporal, la divina providencia hizo que cambiara el clima y salió el sol. Entonces muchas veces hay que jugársela. En un montón de situaciones en la vida: una enfermedad, un problema familiar o laboral. Y hay que seguir adelante, no queda otra. Pero hay que tomarse un tiempo eso sí. Yo tengo un lema personal que es como una máxima: Fe, sigilo y cautela. Mente fría, para pensar, pero al final tienes que tener tu corazón en la mano.
Además, en un régimen a bordo, si se te acaba el azúcar no le vas a ir a pedir al vecino. Debes cubrir tus necesidades con lo que tienes. Y en estos momentos lo que está pasando es un temporal entre comillas, y hay que aperarse de todo. Hay que hacer las cosas lo más accesibles. Como que tuve que modificar el baño por ejemplo. Son logros. Me he caído también. El otro día me saqué la contumelia. Pero vamos para adelante, vamos, no se puede echar para atrás porque si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti. Son cosas que son tan importantes en la vida, que te enorgullecen.
Pero esta situación no es la única difícil que le ha tocado vivir a Adolfo. Debido a su profesión, ha estado mucho tiempo fuera de casa. “Como marino me tocó vivir cosas muy tristes. La muerte de mi padre. Estaba embarcado yo de guardia en Shanghái y me informan que había fallecido y mi madre estaba desahuciada. Yo tenía 30 años. Ella falleció 5 años después. Y otro episodio muy triste fue cuando con mi señora perdimos un hijo. Yo tampoco estaba y ella lo sintió mucho. Entonces esas cosas te hacen más fuertes, con enfermedades o lo que suceda. Yo a los 35 años partí con esta enfermedad”
¿Cómo empezó todo?
Voy a ser bien honesto, fui un irresponsable porque fumé como condenado. Me fumaba dos cajetillas diarias y dejé de fumar pero me la pasaba comiendo chocolates y no aguantaba que nadie fumara al lado mío. Pero se me pasó. Y a los 35 años, cuando habían pasado dos meses, me dio una tromboflebitis (inflamación de una vena acompañada de un trombo sanguíneo en su interior) en una pierna, lo que hace que se endurezca y le falte circulación. Fui donde un buen médico que me mejoró de eso, pero me pidió hacerme como un chequeo completo. Él era el doctor Pedro Uribe, cardiovascular, un hombre muy del alma. Y ahí salió la diabetes, era el año 2004. Mi padre también lo fue, pero lo de él era una diabetes de vejez. Y mi bisabuelo sí era diabético.
A todo esto dejé de fumar y subí de peso, mucho. Imagínate que hoy día estoy pesando 67 kilos y en ese tiempo llegué a pesar 120 kilos. En 3 ó 4 años, bajé a 90 kilos. Estaba con medicación, todo bien controlado. Y a los 36 años se me produjo una nueva tromboflebitis en la otra pierna.
¿Cómo reaccionó usted ante todos estos hechos?
Yo me tomé la enfermedad de forma muy seria. Pero lo que sí, debo reconocer que comía en grandes cantidades. A mí no me gustan las cosas fritas. En general yo me cuidaba, pero del reposo que me ordenaban yo hacía un 60% y no un 100% como correspondía, por la actividad que yo tenía, y me sentía impotente estar tanto tiempo sin poder hacer cosas. No sabía cómo manejar la situación, además de las preocupaciones por los gastos económicos, que no fueron ni son menores.
¿Y cómo continuó la enfermedad?
La diabetes seguía y no hubo forma de progresar. Hasta que el año 2010 me tuve que desembarcar por un fuerte dolor. Tenía un tumor en el páncreas, producto de la diabetes y la medicación. Me operaron y por suerte todo era benigno. El problema es que con la diabetes se me fueron calcificando todas las arterias de las piernas. El 2011 tuve un problema con una uña mal cortada, y me tuvieron que cortar el cuarto ortejo del pie derecho y esto no se sanaba. No cicatrizaba. Me hicieron un bypass en la pierna y el 24 de diciembre, tal como me había asegurado el médico, tenía todo bueno. Sin embargo la otra pierna ya estaba empezando con problemas. Me tomaron un examen con pulsaciones de sangre, y estaba igual de mal que la otra. Por lo que también me realizaron un bypass. Pero esta pierna, la izquierda, estaba peor que la derecha. Pasó, me recuperé de la pierna izquierda y embarcado me dio una pancreatitis. Se empezó agrandar la herida y me sacaron de emergencia en Puerto Montt. Fue bastante crítico, tuve muchos problemas. La pancreatitis derivó en problemas en el corazón y en los riñones. En ese minuto me sentía muy mal, pero con la esperanza que tenía que salir de ahí. Me agarré un virus en el hospital y ya de vuelta en mi casa me tuve que volver a hospitalizar, bajando mucho de peso.
En eso llegué en marzo a Concepción y lo único que quedaba era cortar los dedos. El vascular de DIAB me dijo que probáramos para ver cómo reaccionaba. Pero igual el pie lentamente empezó a necrosarse y con el virus que había tenido en el Hospital, no podía tomar antibióticos. Así que ahí fue cuanto tomé la decisión, a fines de marzo. Además que el doctor me había dicho que más adulto sería más complejo.
El 17 de abril me amputaron y me volvió el virus. Estuve muy muy mal, en la UCI, dos semanas en la Clínica Biobío. Ya me sacaron los puntos en la pierna y hasta ahora están quedando dos heridas chiquititas, pero que están cerrando. Y una vez que eso ocurra, se tiene que armar el muñón y en julio ponerme la prótesis.
¿Cómo se vio afectada su estructura familiar?
Podríamos decir que en diferentes opiniones y caracteres. Y ellos además no estaban preparados para vivir algo así y en eso hay que ser muy comprensivo. Ahora, yo siempre he sido medio milico para mis cosas. Pero dentro de esa persona hay un gallo muy bonachón. Pero es una pena grande en la familia, por eso me he tomado este receso, que ha sido bueno. A mis hijos tampoco les ha sido fácil, porque como digo, no estaban preparados. Cada uno tiene que meditar la situación. Pero si yo no me siento bien, cómo voy a hacer sentir bien a los demás. Por eso, hay que salir adelante.
Usted ha sufrido me imagino…
Mucho. Son penas muy grandes. Porque me comparo como era antes y me doy cuenta que no soy la misma persona. Pero creo que aprendí. Porque uno aprende cuando le pasan cosas malas, a porrazos.
¿Se apoyó en alguna terapia psicológica?
No. Sin denegar que es muy bueno contar con un psicólogo o con algún tipo de terapia. Pero yo tome solo esta decisión. Y voy a salir adelante.
¿Qué otro tipo de problemas le trajo esta situación?
Bueno, económicos, familiares, y personales por supuesto, de querer hacer más cosas, de sentirse postergado.
¿Cómo se ha sentido en DIAB?
En DIAB no atienden pacientes, atienden personas. Eso es lo bueno. Los médicos se preocupan mucho de tu aspecto, cómo me siento, cómo está mi gente, porque teniendo bien tu conciencia, tu alma, tu espíritu, puedes lograr grandes cosas. Las enfermeras, la doctora Oriana y el Doctor Gerardo, todos muy buenos y excelentes personas.
Finalmente, ¿Piensa volver a Santiago?
Sí, pero primero tengo esto (su pierna), después de esto voy a empezar a pensar qué voy a hacer de mi vida, cuál va a ser mi proyección. Pero primero tengo que salir de la enfermedad.
Y un gran logro por lo que estoy muy contento. Antes tomaba una cazuela de remedios. Es como cuando tú tienes herida y vas viendo que cada vez es más chica. Es lo mismo con los medicamentos. Ahora estoy tomando sólo el remedio de la diabetes y una aspirina.
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